"En contextos de crisis prolongadas, como la pandemia o la guerra de Ucrania, el sueño se convierte en un campo sensible de expresión del sufrimiento psicológico colectivo, revelando disfunciones que a menudo preceden a otros signos clínicos", destacó Henrique Testa Vicente, investigador del Instituto Superior Miguel Torga y autor del estudio.

Los datos de la investigación "Sleep Patterns and Crisis-Related Dreams During the COVID-19 Pandemic and the Russo-Ukrainian War", finalizada en 2024 y publicada en marzo de este año, apuntan a un aumento significativo de los trastornos del sueño, un mayor recuerdo de los mismos y también una intensificación de las pesadillas durante la pandemia.

En declaraciones a Lusa, la profesora del Instituto Superior Miguel Torga y coautora del estudio, Joana Proença Becker, reveló que el miedo, la ansiedad y la culpa se encuentran entre las emociones más identificadas en una muestra de 1.700 participantes.

"La ansiedad fue mayor durante la pandemia, porque fue una crisis que afectó directamente a los portugueses, mientras que la guerra fue una experiencia vicaria, que la gente siguió a través de los medios de comunicación y tuvo un mayor impacto en sus finanzas, causando cierta inseguridad y estrés", explicó.

Según Joana Proença Becker, los sueños no son sólo un reflejo del miedo, la ansiedad y la culpa.

"También revelan las estrategias inconscientes de procesamiento emocional ante el sufrimiento colectivo", añadió.

Para Henrique Testa Vicente, los resultados ponen de relieve la importancia de entender el sueño, no sólo como una función fisiológica esencial, sino también como un espejo de las tensiones sociales y emocionales que atraviesan la sociedad.

"Las sociedades modernas tienden a infravalorar el impacto de las experiencias a gran escala en los ritmos más íntimos y subjetivos de los individuos. Sin embargo, es precisamente en estos territorios subjetivos -como el sueño y los sueños- donde encontramos 'pistas' sobre el estado emocional de las personas y la forma en que procesan, consciente o inconscientemente, sus experiencias", señaló.

En el contexto de la guerra, el estudio muestra que los portugueses revelaron mayores niveles de tristeza, ira y sensaciones físicas de malestar, como dolor, frío o parálisis.

"Estos indicadores deben leerse como señales de un profundo impacto emocional, incluso entre poblaciones no directamente implicadas en los conflictos. Identificando estas manifestaciones podemos comprender mejor cómo están siendo afectadas las personas y dónde es urgente intervenir desde el punto de vista de la salud mental", afirma Joana Proença Becker.

El estudio investigó la duración del sueño, el tiempo que cada persona tarda en dormirse (latencia del sueño), los despertares nocturnos, la somnolencia diurna y también la calidad general del sueño, así como la frecuencia de recuerdo de sueños y pesadillas.

Según el profesor, este análisis concluyó que las dimensiones emocionales y sensoriales de los sueños ofrecen una perspectiva alternativa sobre el procesamiento subconsciente o inconsciente de estos acontecimientos mundiales.

"El impacto psicológico y psicosocial de las crisis colectivas es mucho mayor de lo que imaginamos. Los portugueses han sufrido y sufren, aunque sea inconscientemente, y esto se refleja en los patrones de sueño y en las experiencias oníricas que describen", afirmó, advirtiendo de la "necesidad de políticas públicas más integradas" que consideren el sueño y la salud mental como "dimensiones interdependientes en la respuesta a futuras crisis sociales, sanitarias o geopolíticas".

Acciones como promover una buena higiene del sueño, crear espacios de escucha emocional y reforzar el apoyo psicológico son ejemplos que dan los investigadores y que "deberían ser prioridades estratégicas en periodos de inestabilidad".