Las pistas están todas a la vista de quien quiera verlas. Se habla de la instalación de una gigafactoría de IA, del desarrollo del mayor centro de datos de Europa en Sines, de una cartera de inversiones en centros de datos que podría superar varios miles de millones de euros en la próxima década, de la capacidad de Portugal para convertirse en un centro atlántico de conectividad entre Europa, América y África. La infraestructura física de la nueva economía digital pasa por cables submarinos, energías renovables, aguas frías del océano y terrenos bien situados. Portugal, por primera vez en mucho tiempo, no está al final de la línea. Está en medio de la ruta.

Al mismo tiempo, estamos asistiendo a movimientos estratégicos en áreas de alto valor añadido. Empresas del área de la salud digital y la IA aplicada a la rehabilitación están creando hubs globales desde ciudades portuguesas. Fábrica de Unicórnios lanza un hub de salud en Rossio, en colaboración con empresas farmacéuticas, grupos hospitalarios, hubs de longevidad y facultades de medicina. Una plataforma global de trabajo remoto decide establecer su oficina europea en Lisboa. Las empresas portuguesas de tecnología sanitaria, deep tech e IA siguen atrayendo importantes inversiones y escalando a varios continentes.

Las cifras presentadas por Startup Portugal y otras entidades confirman la tendencia. Más de cinco mil startups activas, una facturación que ya ronda el 1 por ciento del PIB, salarios medios muy por encima de la media nacional, exportaciones crecientes y decenas de rondas de inversión al año. Lisboa y Oporto siguen siendo los principales centros neurálgicos, pero ciudades como Braga, Aveiro, Leiria y Coimbra están ascendiendo en el mapa mundial de la innovación.

A nivel europeo, la Comisión Europea ya se ha dado cuenta de que necesita ajustar su enfoque de la regulación de la IA. La Ley de IA tendrá que aplicarse de una forma más favorable a la innovación, con menos burocracia y más centrada en la protección real de los ciudadanos, sin matar de raíz a las startups que quieren imponerse desde Europa. Al mismo tiempo, Bruselas mira a países como Portugal, que combinan energía limpia, talento cualificado, menor coste relativo y gran conectividad internacional, como piezas importantes en la estrategia de soberanía digital e industrial del continente.

Pero el futuro no sólo se construye con grandes cifras, anuncios y edificios llenos de servidores. La verdadera prueba estará en la capacidad del país para alinear los distintos niveles de toma de decisiones. Municipios que reduzcan la burocracia y planifiquen a largo plazo. Escuelas y universidades que formen para la tecnología, pero también para el pensamiento crítico. Gobiernos que creen estabilidad regulatoria y fiscal. Partidos que discutan el futuro digital del país por encima de la lógica del ciclo electoral. Empresas que inviertan en formación continua y salarios que reflejen el valor creado.

Si Portugal sabe aprovechar esta ventana de oportunidad, el escenario para 2030 puede ser muy diferente del que nos tiene acostumbrados. En vez de un país que exporta talento porque no tiene cómo retenerlo, podemos ser un país que importa talento para cruzarlo con el nuestro. En lugar de empleos mal pagados en sectores de bajo valor añadido, podemos tener un volumen creciente de empleos cualificados en las áreas de IA, ingeniería, ciencia de datos, salud digital, industrias creativas y economía verde.

Por supuesto, nada de esto está garantizado. Existen riesgos reales. Desde la excesiva dependencia de unos pocos grandes proyectos hasta el peligro de que la economía digital crezca junto a una economía tradicional que se queda rezagada. Hay retos en materia de vivienda, movilidad, cualificación de la mano de obra y reparto equilibrado del desarrollo entre la costa y el interior.

Pero, por primera vez en muchos años, todas las señales apuntan en la misma dirección. Portugal está en el mapa de los grandes inversores tecnológicos. Tiene un ecosistema creciente de startups, universidades que empiezan a estar más conectadas con el tejido empresarial, programas para atraer talento internacional que implican asociaciones entre municipios, instituciones de enseñanza superior y estructuras como Empowered Startups. Tiene una capital que acoge una de las mayores conferencias tecnológicas del mundo y que ya cuenta con decenas de unicornios nacionales e internacionales instalados.

Que la Web Summit se quede o no en Lisboa más allá de 2027 es casi un detalle. Lo importante es que el país ya cruzó un punto de no retorno en la forma como es visto. De país de vacaciones, pasó a ser país de futuro. La cuestión ahora ya no es si Portugal va a cambiar, sino cómo vamos a conseguir que ese cambio llegue a todos y no sólo a unos pocos.

El futuro digital está ocurriendo. La próxima década dirá si supimos transformar este momento en una oportunidad estructural. Yo, que tuve la suerte de estar allí para ver y oír todo esto, opto por creer que sí.