Sin embargo, la complejidad de esta realidad se extiende más allá de las manifestaciones físicas, involucrando también el estado emocional y mental de los pacientes y muchas veces de sus familiares y/o cuidadores. La ansiedad y la depresión son comorbilidades frecuentemente asociadas a las enfermedades respiratorias, actuando como un ciclo de impacto recíproco, intensificando el sufrimiento y complicando el manejo de la condición médica. La relación entre la enfermedad respiratoria y la salud mental es multifacética y se manifiesta en varios niveles, tales como:

Síntomas físicos: La dificultad para respirar, la falta de aire, la tos persistente y el dolor torácico, características comunes de las enfermedades respiratorias, generan miedo, aprensión y pánico, alimentando la ansiedad. La falta de aire, por ejemplo, puede desencadenar ataques de pánico y promover la sensación de "morir asfixiado".

Limitaciones físicas: Las enfermedades respiratorias imponen restricciones físicas que limitan las actividades cotidianas, como el ejercicio, el trabajo y el ocio. Esta reducción de la capacidad funcional repercute en la autoestima, generando frustración, desesperanza y conduciendo a la depresión.

Aislamiento social: La necesidad de evitar ambientes con alérgenos, contaminación o aglomeraciones -precauciones habituales en pacientes con problemas respiratorios- puede conducir al aislamiento social. Las restricciones físicas también pueden ser limitantes. La soledad, la falta de contacto social y los sentimientos de exclusión contribuyen al desarrollo de la depresión.

Impacto en el sueño: Los estudios han demostrado una mala calidad del sueño, tanto clínica como objetivamente en el laboratorio. La disnea, la hipoxia/hipercapnia, la retención de secreciones, la tos y los efectos de ciertos medicamentos contribuyen a ello. En consecuencia, la privación de sueño aumenta la sensibilidad al estrés, dificultando el control emocional y aumentando la vulnerabilidad a las enfermedades mentales. La ansiedad y la depresión pueden intensificar la percepción de los síntomas respiratorios. El miedo y la aprensión aumentan la sensibilidad a la falta de aire, lo que provoca más ataques de pánico y crisis asmáticas. La depresión puede llevar a descuidar el tratamiento y a una falta de motivación para realizar los ejercicios de terapia respiratoria, contribuyendo al empeoramiento de la enfermedad.

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Por otro lado, la ansiedad y la depresión dificultan la adherencia al tratamiento. La falta de esperanza, los sentimientos de impotencia y la falta de motivación pueden llevar a los pacientes a interrumpir la medicación, descuidar la rehabilitación y evitar las citas médicas. La ansiedad y la depresión también se asocian a un mayor riesgo de complicaciones respiratorias. Los estudios demuestran que los pacientes con enfermedades respiratorias y comorbilidades psiquiátricas tienen más probabilidades de desarrollar neumonía, exacerbaciones del asma y hospitalizaciones.

Además del diagnóstico precoz y los tratamientos específicos (enfoque multidisciplinar; terapias conductuales; psicoterapia; medicación, etc.), es esencial apostar por la prevención. Un estilo de vida saludable, el apoyo social y una comunicación abierta y honesta con los profesionales sanitarios sobre los síntomas emocionales son cruciales para recibir el tratamiento adecuado y evitar que la enfermedad empeore.

En conclusión, la ansiedad y la depresión, comorbilidades comunes de las enfermedades respiratorias, representan un importante reto para la salud pública. El impacto recíproco entre la enfermedad respiratoria y la salud mental intensifica el sufrimiento y complica el tratamiento. Un enfoque interdisciplinar, el diagnóstico precoz, el tratamiento adecuado y la prevención son esenciales para mejorar la calidad de vida y promover el bienestar de los pacientes con problemas respiratorios.

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