Portugal, admirado durante mucho tiempo por su luz solar, su cultura y su mar, llama ahora la atención por algo menos visible pero mucho más estratégico: la estabilidad. Desde ese terreno estable, está tomando forma una nueva ambición industrial, impulsada por la energía limpia, la inteligencia digital y un pragmatismo marcadamente portugués.
En el Foro Step Up Now celebrado en España, organizado por McKinsey & Company en colaboración con El País, Portugal se posicionó no como un seguidor, sino como una fuerza mesurada de reinvención. Los dirigentes del país esbozaron una hoja de ruta que combina la soberanía energética, la aceleración digital y el crecimiento impulsado por el talento para reindustrializar la economía de cara al siglo XXI.
La base de este plan es la energía, no sólo como recurso, sino como factor estratégico. La matriz energética renovable de Portugal es una de las más avanzadas de Europa, con abundante energía eólica y solar complementada por una sólida red hidroeléctrica que proporciona lo que muchos llaman baterías naturales para la red. Bajo su suelo se encuentra alrededor del 30% de las reservas europeas de litio, un activo fundamental en la carrera hacia la electrificación y la movilidad verde.
Pero la energía es sólo una parte de la historia. Portugal no pretende convertirse en un mero proveedor de energía para Europa. El objetivo es transformar la energía renovable en fuerza digital, alimentando la inteligencia artificial, los centros de datos y los servicios avanzados que posicionan al país como un centro tecnológico en la fachada atlántica.
Esta transformación ya es visible en el crecimiento de los clústeres de investigación de IA, los proyectos de infraestructura en la nube y un vibrante ecosistema de startups que conecta universidades, instituciones de investigación y empresas privadas. Con un flujo constante de ingenieros altamente cualificados y profesionales de TI disponibles a costes competitivos a nivel mundial, Portugal se considera cada vez más un imán para el talento y la innovación.
Sin embargo, lo que realmente distingue al país es su temperamento. Mientras muchas economías europeas oscilan entre el auge y la crisis, Portugal proyecta una rara sensación de calma. En menos de cinco años, ha reducido la deuda pública en casi un 40% del PIB, ha mantenido la coherencia jurídica y política y ha reforzado la confianza institucional. Para los inversores internacionales, esta estabilidad es una de las divisas más valiosas de Europa.
Esa estabilidad no es estática. Es estratégica, intencionada y está profundamente entretejida en la visión a largo plazo del país. El enfoque del Gobierno se centra en facilitar la actividad empresarial en lugar de regularla en exceso. El objetivo es reducir la burocracia, simplificar los impuestos, preservar la fiabilidad de la red y crear un entorno en el que las empresas puedan crecer de forma sostenible. Portugal busca construir un ecosistema de resiliencia que priorice el equilibrio sobre las ganancias a corto plazo.
En lugar de correr para convertirse en la central eléctrica de Europa o en el próximo Silicon Valley del Sur, Portugal persigue un modelo basado en la coherencia. Reconoce que la reindustrialización en la era moderna exige un equilibrio entre la transformación digital y la infraestructura física, entre los recursos locales y la conectividad global, y entre la ambición y la inclusión.
La ubicación del país, antes considerada periférica, se ha convertido en una ventaja. Estratégicamente situado en la intersección de Europa, África y América, Portugal se está convirtiendo en una puerta digital que une continentes. Los cables submarinos que cruzan el Atlántico conectan ahora Portugal con todos los rincones del mundo, transformando su litoral en una red viva de datos e innovación, eco moderno de su pasado marítimo.
En el corazón de todo esto se encuentra el factor humano: una confianza constante y tranquila. El ascenso de Portugal no ha sido impulsado por el bombo publicitario, sino por la disciplina, la coherencia y la ejecución. Ese ritmo se ha convertido en el pulso característico del país.
Mientras la economía mundial busca un rumbo en medio de la disrupción tecnológica y la urgencia climática, Portugal ofrece un modelo alternativo. Su progreso se basa en la convicción de que la innovación basada en la estabilidad puede llegar más lejos y durar más. El país no corre, sino que construye. Y con ese paso firme, Portugal recuerda a Europa que la verdadera fuerza no procede del ruido ni de la velocidad, sino del latido perdurable de un propósito.








