No era una innovación tecnológica más. Fue una demostración concreta de cómo la construcción puede dejar de ser una fuente de emisiones y convertirse en un aliado de la descarbonización. Y, sobre todo, fue un incómodo recordatorio de que Portugal tiene condiciones para hacerlo aún mejor.
Lo que se ha probado en Alemania es sencillo en su esencia. Los residuos de biomasa se convierten en carbono biogénico y se incorporan a piezas prefabricadas de hormigón. El resultado es un material que reduce drásticamente las emisiones al tiempo que fija el carbono en el interior del edificio. No se trata de una teoría. Es una industria real, aplicada a obras reales, con datos concretos: reducciones de más del 60 por ciento en la huella del material y toneladas de CO₂ capturadas permanentemente.
Y aquí es donde Portugal destaca, no por la ausencia de problemas, sino por la abundancia de oportunidades. Somos uno de los países europeos con mayor disponibilidad de biomasa, fruto de nuestros bosques, nuestra agricultura y, desgraciadamente, también de la recurrencia de nuestros incendios. Cada año, vemos cómo la acumulación de residuos forestales aumenta el riesgo de incendios y representa un coste medioambiental y económico.
Imaginemos lo que sería convertir ese riesgo en una ventaja. Utilizar la biomasa que hoy amenaza al país como materia prima para crear materiales de construcción avanzados. Retirar el combustible de los bosques para evitar incendios y convertirlo en carbono biogénico que se almacenaría en los edificios durante décadas. Crear una cadena de valor circular que aúne prevención, sostenibilidad e industria.
Portugal reúne las condiciones perfectas para liderar este movimiento. Tenemos universidades y centros de investigación capaces de desarrollar nuestra propia tecnología. Tenemos empresas de construcción que buscan diferenciación y nuevas soluciones. Tenemos industrias vinculadas a la madera y a la biomasa que ya dominan el proceso de recogida y transformación. Y tenemos un sector inmobiliario que, nos guste o no, tendrá que cumplir unas normas medioambientales cada vez más exigentes.
Lo que falta no es potencial. Es visión, coordinación e inversión. Es la ambición de convertir nuestros retos climáticos en una ventaja competitiva. Es importante entender que la descarbonización de la construcción no es sólo una tendencia; es un imperativo económico.
Portugal puede posicionarse como referencia en la creación de hormigón con carbono biogénico. Puede unir prevención de incendios, innovación industrial y sostenibilidad en un solo movimiento. Puede crear una cadena económica que no existe en la mayoría de los países europeos.
La cuestión ya no es si esto es posible. La cuestión es cuándo queremos empezar. Porque si no aprovechamos esta oportunidad ahora, otros la aprovecharán por nosotros.





