Cuando observo el mercado inmobiliario portugués, veo un sector lleno de potencial, pero también lastrado por obstáculos innecesarios. Por un lado, hay oportunidades claras: conceptos de uso flexibles, una demanda creciente de espacios innovadores y el papel cada vez más importante de la sostenibilidad. Por otro, nos enfrentamos a una regulación excesiva, políticas fiscales ineficaces y una falta de profesionalidad que daña nuestra reputación. Si queremos que este mercado prospere, tanto el gobierno como la industria deben cambiar de rumbo.

Uno de los mayores retos a los que me enfrento en mi trabajo es el enorme volumen de requisitos burocráticos para la construcción y las operaciones inmobiliarias. No me refiero a los controles de alquiler, sino a las interminables normas municipales y estatales que hacen que los proyectos sean más lentos, caros y, a menudo, inviables. Con demasiada frecuencia, las normativas se introducen sin tener en cuenta sus consecuencias prácticas. El resultado es un aumento de los costes que los propietarios repercuten en los inquilinos. A esta carga se añade el impuesto del 28% sobre las rentas de alquiler, que se siente como una penalización directa a la propiedad y empuja inevitablemente los alquileres al alza.

Estas condiciones explican por qué tantas plantas bajas de nuestras ciudades permanecen vacías. Propietarios, promotores y posibles inquilinos se ven incapaces de poner en práctica nuevas ideas dentro del marco restrictivo, dejando atrás espacios poco atractivos e improductivos. Esto supone una pérdida no sólo para los inversores, sino también para nuestras comunidades.

Al mismo tiempo, estoy convencido de que las oportunidades son mayores que nunca. La variedad de usos comerciales sigue ampliándose. Se demandan pensiones, apartamentos con servicios y conceptos de alquiler a corto plazo para viajeros de negocios. Las instalaciones deportivas y de ocio como pistas de pádel, gimnasios de escalada, estudios de ciclismo indoor o escape rooms son cada vez más populares. Los inmuebles diseñados para ser flexibles y los propietarios dispuestos a adoptar nuevos modelos son los que más pueden beneficiarse de esta tendencia. La pandemia no ha hecho sino acelerar el apetito por espacios innovadores y multifuncionales.

La sostenibilidad es otro tema que creo que debemos tomarnos en serio. Las inversiones en energías renovables y eficiencia energética no sólo son la opción correcta para el clima, sino también una garantía de competitividad a largo plazo. Los edificios optimizados reducen los costes de explotación para los inquilinos y aumentan el valor de los activos para los propietarios. Aquí es donde está el futuro, y los que dudan corren el riesgo de quedarse atrás.

Aun así, no puedo ignorar un tema que me preocupa profundamente. La falta de profesionalidad en partes de nuestro sector. La calidad debería ser siempre la base del trabajo inmobiliario. Para mí, profesionalidad significa algo más que conocimientos técnicos. Significa materiales de marketing coherentes y bien preparados, fotos de alta calidad, documentación precisa, comunicación clara y, sobre todo, sólidos principios éticos. Desgraciadamente, estas normas faltan con demasiada frecuencia en Portugal. Donde la construcción está sobrerregulada, la conducta profesional está infrarregulada. Este desequilibrio socava la confianza y es una de las razones por las que nuestra profesión a veces tiene mala reputación. En este sentido, yo acogería con satisfacción unas normas y una supervisión más estrictas. O "¿Cómo puede ser que un agente tenga una licencia AMI para vender propiedades en Portugal, y sin embargo carezca de conocimientos lingüísticos para leer siquiera las propias leyes y reglamentos que rigen el mercado?".

También creo que debemos promover la propiedad de la vivienda como prioridad nacional. La propiedad sigue siendo la forma más fiable de garantizar la jubilación. Debemos simplificar la promoción de viviendas y replantear el sistema fiscal para ofrecer incentivos significativos, sobre todo a quienes ponen sus propiedades a disposición de los inquilinos. Sin estos cambios, los jóvenes tendrán cada vez más dificultades para acceder a la propiedad.

Por último, debo subrayar que la responsabilidad no recae únicamente en el Gobierno. Como profesionales, debemos mirarnos en el espejo. Muchas de las medidas restrictivas a las que nos enfrentamos ahora son el resultado directo de las prácticas poco éticas de una minoría, ya sean grandes inversores o pequeños propietarios. Cada vez que salimos en los titulares por desahucios fraudulentos u otros comportamientos cuestionables, socavamos nuestro propio sector. Si queremos menos intervención estatal, primero tenemos que exigirnos a nosotros mismos unos niveles más altos.

El mercado inmobiliario portugués tiene todos los ingredientes del éxito: ubicación, demanda, creatividad e interés internacional. Pero para liberar este potencial, necesitamos una gobernanza más inteligente, una fiscalidad más justa y una ética profesional más sólida. Estoy convencido de que si damos estos pasos, Portugal puede convertirse en un referente del desarrollo inmobiliario en Europa y en un mercado que aporte valor no sólo a propietarios e inquilinos, sino también a la sociedad.