Los debates en torno a los derechos parentales o los contratos de trabajo se enmarcan con demasiada frecuencia en batallas políticas más que en reflexiones racionales sobre cómo hacer que el mercado laboral sea más competitivo, justo y sostenible. El resultado es un país que gasta energía en debatir los síntomas mientras evita el problema de fondo: un marco laboral excesivamente rígido, moldeado por herencias ideológicas obsoletas y mal adaptado a la actual economía global y digital.

Los cambios laborales aprobados en 2023 endurecieron las restricciones a los contratos temporales y al trabajo eventual. Se presentaron como avances sociales, pero alejaron aún más a Portugal de los modelos que han demostrado ser más eficaces a escala internacional. Al privilegiar la rigidez y la uniformidad, los legisladores tomaron un camino defensivo y no adaptativo, lo contrario del enfoque nórdico. En Dinamarca, por ejemplo, la "flexiguridad" se basa en tres pilares: libertad contractual, generosas prestaciones de desempleo y una fuerte inversión pública en la mejora de las cualificaciones. Esto garantiza que el mercado sea flexible sin ser precario. Portugal, por el contrario, se aferra a una rigidez que obstaculiza el dinamismo empresarial y penaliza desproporcionadamente a los jóvenes que intentan entrar en el mercado laboral formal.

Portugal sigue confundiendo flexibilidad con precariedad, cuando en realidad son muy diferentes. Una rigidez excesiva genera costes de transacción, ahoga la creación de empleo e impide a las empresas responder a las perturbaciones. Mientras tanto, los países que combinan la flexibilidad con sólidas redes de seguridad social y políticas activas de empleo consiguen conciliar la competitividad con la cohesión social. Portugal invierte actualmente menos del 0,5% del PIB en políticas activas del mercado de trabajo, frente al 2% de Dinamarca, una diferencia que explica en gran medida la diferencia de resultados.

El núcleo de la transformación que necesita Portugal

La respuesta no está en imponer dogmas o reciclar fórmulas anticuadas. Está en aprender de la experiencia internacional, recopilar datos sólidos y adaptar las soluciones a la realidad de Portugal, donde las PYME dominan el panorama económico. Lo que se necesita no es un plan de reforma cerrado, sino un debate pragmático y basado en datos que vaya más allá del ruido político y sindical y sitúe en el centro los verdaderos retos: el envejecimiento demográfico, el estancamiento de los salarios y la baja productividad.

Esto significa replantearse la flexibilidad, considerar la seguridad no como una amenaza sino como una oportunidad. Significa poner el mérito, y no la antigüedad o los privilegios adquiridos, en el centro de la progresión profesional y la remuneración. Significa sustituir la lógica de la confrontación por la cooperación, reconociendo que empresarios y trabajadores comparten riesgos y objetivos. Y requiere reforzar la protección parental y la conciliación de la vida laboral y familiar, no como lujos, sino como condiciones esenciales para la sostenibilidad social y demográfica.

Modernizar el marco laboral de Portugal no significa crear precariedad; significa construir un ecosistema más ágil, meritocrático e inclusivo. Flexibilidad, mérito y participación de los trabajadores en la propiedad no son conceptos contradictorios: cuando se combinan, permiten que las economías crezcan de forma más competitiva, generen riqueza y distribuyan las recompensas del crecimiento de forma más justa.

Portugal no puede seguir gestionando su mercado laboral como si estuviera aislado del mundo o prisionero de modelos ideológicos anticuados. En una era de competencia global, declive demográfico y aceleración del cambio tecnológico, es imperativo repensar las leyes laborales basándose en la evidencia, no en prejuicios o intereses corporativos arraigados.

La flexibilidad, el mérito, la participación y la conciliación no son concesiones: son condiciones estructurales para el crecimiento, la inversión y la retención del talento. Los países que lo entendieron pronto, como los nórdicos, están cosechando hoy los beneficios. Si Portugal sigue retrasando este cambio de mentalidad, perderá lo que es más vital: competitividad, capital humano y, en última instancia, su futuro.

Descargo de responsabilidad: Este artículo se ha escrito con la ayuda de AI.